Por:
Marcelo Pisarro (Estudios Culturales)
Arcaicos pasos rituales, multitudes que se apiñan en
discotecas y bailantas, la peña del club, millonarias competencias danzantes
por TV. Tienen una cosa en común: pies que se mueven rítmicamente. La
sociología dirá que, como hecho social, el baile está siempre al borde de la
ruptura o la sobreadaptación. Pero ¿hay otras razones para que el mundo baile?
Con dos versiones de una misma historia. La primera está en
Footloose, la película de 1984 de Herbert Ross. Un pibe de Chicago llega a un
pueblucho donde el Rock'n'Roll y el baile están prohibidos: una especie de ley
muda. Los chicos tienen que ingeniárselas para organizar la fiesta de fin de
curso a escondidas del reverendo local, que argumenta: "Más allá del
alcohol y las drogas que siempre parecen acompañar a estos eventos, lo que me
preocupa todavía más es la corrupción espiritual que suponen. Estos bailes y
este tipo de música pueden ser destructivos".
Parecía hacerse eco de un tal Salomón Jakos Wolf, que en la Alemania de 1797, en
plena explosión del Vals, explicó que "es la fuente principal de debilidad
del cuerpo y la mente de nuestra generación"; o de Marcus Lipton, miembro
del Parlamento inglés, en 1977, con el Punk avanzando sobre Londres: "Si
la música Pop va a ser usada para destruir nuestras instituciones, entonces
deberemos destruirla primero". O del Cardenal Samuel Stritch, arzobispo de
Chicago, en 1957: "La juventud católica no debe tolerar el tribalismo o
los bailes indecentes del Rock'n'Roll". O del Sínodo diocesano de Oviedo,
de 1769: "Se prohíbe con pena de excomunión mayor latae sentenciae las
Danzas, Contradanzas, o bailes de hombres y mujeres asidos de las manos,
enlazados y unidos entre sí (...) recomendándose a los párrocos, confesores y
predicadores que instruyan a los fieles, de cuanto conduzca a separar de estas
diversiones lo que en la práctica pueda ser pecaminoso". O de la Liga de Damas Chilenas, que
en 1914 aplaudía que la jerarquía eclesiástica "se niegue a absolver a los
penitentes que bailan el famoso Tango argentino por considerarlo absolutamente
inmoral. La orden ha sido muy bien acogida por numerosos católicos y
distinguidas damas, los que se proponen contrarrestar el baile por medio de Juntas
y Patronatos".
Horacio Fehling
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