En uno de los volúmenes de una
Historia de la Humanidad que había publicado la UNESCO, encontré hace algunos
años una referencia sugestiva. El autor del capítulo analizaba las posibles
actividades artísticas de los hombres del paleolítico superior europeo y
concluía con que sus únicos vestigios eran las pinturas rupestres y la danza.
¿Cómo había llegado a esta última conclusión?
Gracias al testimonio (cito)
“directo, extrañamente conmovedor, de las huellas de pies danzantes en los
pisos de arcilla de las cuevas.”
Podríamos preguntarnos, por simple
ejercicio especulativo, qué finalidad tendrían esas danzas. ¿Preparaban para la
guerra?
¿Conjuraban maleficios?
¿Iniciaban a los adolescentes?
¿Propiciaban la fertilidad?
Estos y muchos otros propósitos han
impulsado a los hombrees a bailar a lo largo de los siglos; pero también los
han movido las danzas carentes completamente de una finalidad. Si decidiéramos
iniciar un recorrido por la historia social de Occidente –comenzándolo hacia fines
de la Edad Media-
podríamos apreciar las muchas y muy variadas maneras en las que la gente
estableció un lugar y un tiempo para moverse conjuntamente al compás de una
determinada música. La intención básica de estas acciones era, y es, el mero
placer y podemos llamarlas –al menos hasta que aparezca un término mejor-
“danzas sociales”, diferenciándolas de los bailes folclóricos que merecen otro
tipo de análisis. Desde que la iglesia católica aceptó que hombres y mujeres
bailaran juntos en terrenos no consagrados, la cultura occidental ha generado y
descartado alternativamente innumerables formas, desde la elegante pavana del
Alto Renacimiento hasta el amorfo dance de nuestros días, pasando por la Contradanza, el Minué,
el Sempiterno Vals, la Mazurka,
el Rock and Roll, el Twist, el Tango.
La lista es muy extensa y la
propagación de estas formas no ha reconocido fronteras entre países y, sólo en
ciertos casos, divisiones de clases y preferencias generacionales.
Algunos maliciosos afirman que en el baile social hay siempre una
intención de conquista amorosa. Digamos que se trata de gente que no ha
experimentado el simple y puro placer de bailar.
Fuente: revista ´Ñ´
por Laura Falcoff. Crítica de Danza y coreógrafa.
en la columna Me Parece, de Ñ. 26/05/07, pg 11
Más información: www.clarin.com
Horacio Fehling
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