Por:
Marcelo Pisarro (Estudios Culturales)
Numerosos historiadores del arte relatan un lindo cuento
sobre el origen del baile: dicen que alguien, hace mucho, escuchó el ruido de
la naturaleza -truenos, relámpagos, ríos, mares- y usó el único medio que
tenía, su cuerpo, para expresar su sobrecogimiento, miedo, admiración. Luego el
canto, la música, las palabras permitieron ordenar y sistematizar esos
movimientos: así, el baile fue lenguaje antes de que existiera el lenguaje.
Entretanto, los arqueólogos siguen trabajando. Pues por más atrás que se vaya -y
por más que se divague-, el baile será siempre un hecho social. Una respuesta
activa y organizada del cuerpo a un ritmo -musical o no- supone un principio de
socialización: supone reglas, regularidades, significado. Aunque algunos
investigadores sostienen que es anterior al hombre, que forma parte del reino
animal, el baile es una construcción humana: lo social es ser capaces de
determinar que ciertos movimientos en cierto contexto constituyen un cierto
tipo de comportamiento llamado "baile". Denominar "baile"
al modo de comunicación de las abejas puede ser sólo una figura de estilo; es
como decir que las hojas de los árboles y las bolsas de nailon bailan con el viento.
Aquello que convierte un movimiento, y no otro, en baile es
arbitrario. ¿O por qué sino los pasos de Michael Jackson son baile, pero no las
sacudidas de Angus Young, guitarrista de AC/DC? ¿Por qué los saltos en la
tribuna, durante un partido de fútbol, no se llaman baile (si hasta hay cantos
y a veces música)? ¿Por qué las coreografías de Nadia Comaneci son gimnasia
artística y las de Eleonora Cassano son ballet? ¿Por qué un mismo movimiento -una
ronda, un trencito- en algunos contextos son juegos y en otros, bailes? No hay
ninguna propiedad ontológica: baile es lo que una comunidad dice que es.
Entonces, si todo baile es social, el "baile
social" -como sistema de relaciones sociales o proceso de interacción
social- es por lo menos tautológico. La expresión es fuente inagotable de
costumbrismo: la peña, la milonga, el carnaval en la sociedad de fomento.
Aunque alguna vez refirió a las galas acomodadas, hoy supone una mirada
melancólica del "baile popular": esos encuentros festivos donde el
pueblo se define a sí mismo como tal. Lo cual es un embrollo: primero, porque
"social" es tanto el meneo de la bailanta como cada paso de Martha
Graham o Rudolf Nureyev sobre las tablas; segundo, porque "popular" y
"pueblo" son conceptos problemáticos. Aparecen y ya causan líos. (A
fines prácticos, con todo, baile social, o baile popular, es una categoría que
sirve para identificar a quienes no exhiben su baile como espectáculo para
otros, distingue al que baila del que sólo observa.)
MARCELO PISARRO.
ESTUDIOS CULTURALES
Horacio Fehling
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