Por:
Marcelo Pisarro (Estudios Culturales)
Aunque se presente como espacio de libertad y encuentro, el
baile supone pautas precisas en cuanto a vestimenta, edad, sexo, condición
social, al punto de que ser rebotado de la discoteca se asuma como cotidiano.
El baile es tanto rito de iniciación como proceso de ratificación social:
informa sobre la pertenencia a cierto grupo económico, político, sexual, cultural.
Acceso, permanencia e interacción suponen reglas rígidas que los participantes
aceptan sin mayores reparos. El "baile social" es un espacio donde
chocan moda, sexo, costumbres, moral, identidad; donde los límites de lo
permitido se expanden o se alteran, pero también, a veces, donde se estructuran
con mayor nitidez.
Asistir a una función de ballet da cierto tipo de
legitimidad; decir "yo canto-bailo-actúo" en los programas de
chimentos de la tarde, también. Bailar puede ser una forma de divertimento, un
arte, un modo de ganarse la vida, algo que impugnar. Mientras que millares de
jóvenes consideran un estigma que los ignore un tarjetero -jóvenes que reparten
tarjetas de invitación para discotecas, seleccionando a los invitados según su
ropa, apariencia, edad, acompañantes-, muchos otros hacen del rechazo al baile
una identidad: "Yo voy a recitales, no a bailar". El baile es una
práctica capaz de establecer qué lugar ocupa una persona en la sociedad, y más
aún, qué lugar jamás ocupará.
Es difícil que el baile social -en tanto categoría- salga de
conventillos, clubes de barrio, galpones. "¿Disfrutás de los bailes
populares?", le preguntaron el año pasado a la bailarina Alessandra Ferri;
el periodista estaba diciendo que eso que Ferri hace no es un baile popular.
"Sí, me gusta mucho -respondió Ferri-, estoy muy fascinada con el
tango". Ferri estaba diciendo que el Tango sí es un baile popular.
"Baile social" es una forma de llamar al "baile popular":
los "bailongos" de mediados del siglo XX parecen hoy la mar de
pintorescos, ya no se dice que allí iban los cabecitas negras que llegaban del
interior. Lo que hoy es exótico alguna vez fue repulsivo. La bailanta es
"cosa de negros villeros"; el bailongo, antaño estigmatizado, es
parte del folclore industrial urbano.
El pueblo no existe -escribió el sociólogo Pablo Alabarces-.
Popular es sólo un adjetivo. Hablar de lo popular –agregaba- es usar siempre
una lengua docta. "No se puede hablar de lo popular desde una lengua
popular, porque lo popular no tiene capacidad de autonominación". El texto
sobre lo popular está excluido de lo que nombra. En este contexto, un
"baile popular" -la bailanta, por ejemplo- no es (no puede ser, por
definición) más que una curiosidad etnográfica. Bailar -ya se dijo- no es
simplemente mover los pies. Quizás la vida cotidiana quede en suspenso al
animársele a la pista de baile. Pero a no confundirse: el que gira la manivela
es siempre alguien más.
MARCELO PISARRO.
ESTUDIOS CULTURALES
Horacio Fehling
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